Cuando queremos presumir de Vitoria-Gasteiz casi siempre repetimos un argumento: la calidad de vida. ¿De qué depende nuestro nivel de bienestar? No sólo de los salarios o la labor de las instituciones, también de factores menos evidentes como la fuerza del movimiento asociativo. Quien no está directamente implicado en una asociación seguramente en alguna ocasión se ha beneficiado de su trabajo. Por eso, todas y todos reconocemos la utilidad de las asociaciones, especialmente en el campo de la asistencia social. Muchas funcionan como antenas de lo que sucede en la calle, gestionan servicios a los que no llegan las instituciones y son un elemento dinámico de participación social.
Si todo esto se apoyara simplemente en la labor desinteresada de miles de personas voluntarias, no viviríamos como vivimos. La infraestructura física, las labores de apoyo especializado, tener un local con agua y luz, todo esto cuesta un dinero muy difícil de conseguir solo con aportaciones de particulares. De ahí que muchas asociaciones necesiten la colaboración de las instituciones públicas mediante convenios y subvenciones que les permiten continuar con sus actividades. Y como todos sabemos, vivimos unos años en que gran parte de esos convenios están bajo la amenaza permanente de la tijera.
Las previsiones indican que, aunque se dé una recuperación a medio plazo, muchas asociaciones nunca lograrán los niveles de financiación anteriores a 2012. Así lo indica, por ejemplo, el estudio de La Caixa sobre el tercer sector. Si se mantiene la percepción de que los ingresos que llegan desde las instituciones van a ser inferiores, las opciones de supervivencia para muchas entidades tendrán que ser las vinculadas al sector privado. Este cambio en la financiación desencadenará cambios más profundos.
Las asociaciones tendrán que ser flexibles, con una gran capacidad de adaptación, sin que por ello tengan perder su identidad y el fin que persiguen. Para ganar en flexibilidad necesitarán, por ejemplo, una mayor crítica constructiva de la labor que realizan mediante la evaluación externa de los propios socios, de beneficiarios de su labor, etc. Serán flexibles también recurriendo a perfiles profesionales o especialistas que les permitan adaptar rápidamente su trabajo a cualquier circunstancia cambiante. Del mismo modo, se convertirán en agentes activos en la búsqueda de financiación mediante fórmulas como la de la Responsabilidad Social Corporativa y sistemas modernos de captación de fondos (microdonaciones, crowfunding,…). Ya no será suficiente esperar un año tras otro la convocatoria de subvenciones.
Esa mayor flexibilidad de las asociaciones implica también adaptarse al trabajo en red, que optimiza recursos y amplía la perspectiva de actuación. Ello obligará a aparcar muchos egos y siglas, rompiendo así una de las principales barreras para la colaboración: la que impide compartir recursos y dificulta las fusiones entre entidades. Es necesario lograr propuestas de acción consensuadas por todo el sector asociativo, propuestas que permitan hacer frente a grandes retos como los que se nos presentan en estos tiempos.
Los cambios internos de muchos colectivos obligarán a reestructurar la agenda social: debido a muchas de las reestructuraciones de personal de las asociaciones se priorizarán las agendas dando lugar a que muchas acciones se queden en el olvido y se atienda sólo lo urgente. Hay que prever esta situación, que ya se está empezando a dar, para minimizar sus consecuencias negativas.
En este sentido, las asociaciones deberán buscar un apoyo clave en la sociedad civil, mayor del que existe hasta ahora. Habrá que relacionarse adecuadamente con ella ya que dicha acción, no solo incrementará los niveles de participación, sino que hará más válidas las aportaciones que reciba el entorno asociativo.
Éstas son algunas de las claves sobre las que deben reflexionar las asociaciones ya que los parámetros que antiguamente se utilizaban sirven de muy poco en este mundo de crisis social y de valores. Son modos caducos para otros tiempos. La flexibilidad tristemente no se ha instalado sólo en nuestro mercado laboral sino en el social también. Saquémosle el lado positivo y sepamos dar la vuelta a las consecuencias más perversas de esta tendencia. Así, con nuevas claves para nuevos tiempos, las asociaciones podrán seguir desarrollando su excelente y necesario trabajo.
08/04/2015
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