Dice el profesor José Luis Pinillos que cada edad tiene sus ganancias, sus pérdidas, y hay que saber aceptarlas. Lo dice porque en una sociedad como la nuestra, donde nadie quiere perder, la juventud ha ensanchado sus límites hasta abarcarlo casi todo. El miedo a la edad adulta y, todavía más, a la mal llamada tercera edad, desdibuja la idea de lo que antes suponía atravesar las diferentes fases de la vida. La mejor receta contra esos miedos es el aprendizaje y el mejor modo de aprender, el que nos ha permitido alcanzar las mayores cotas de desarrollo humano, es el que se basa en la relación intergeneracional.
Cualquier civilización se ha construido en base a la educación intergeneracional, con lo que conlleva de enriquecimiento cultural, social, etc. Hasta hace no mucho, este tipo de colaboración era algo totalmente natural e imbricado en las costumbres sociales. ¿Por qué hoy resulta tan complicado que un mayor transmita conocimiento y experiencia vital a un joven y viceversa?
Entre otras causas, tenemos que tener en cuenta que en poco tiempo se han dado cambios radicales en los modelos de familia y de vivienda. Antes era más fácil disponer de un espacio común, en el propio hogar, donde mayores y pequeños compartían tiempo, quehaceres e inquietudes. Hoy en día, paradójicamente, es más difícil esta posibilidad de compartir. La ciudad nos reúne y a la vez nos aísla y divide en “guetos” generacionales. De ahí la importancia de impulsar, a través de una institución como el Ayuntamiento, los programas intergeneracionales.
Una piedra angular de la actividad intergeneracional en Vitoria-Gasteiz han sido los centros cívicos: espacios de encuentro donde la unión de elementos como una ludoteca, un polideportivo, una biblioteca o una sala de lectura multiplica las opciones de interacción. Hay un sinfín de posibilidades de facilitar la relación intergeneracional y entre las realidades más interesantes en este campo destaca, por ejemplo, la que se viene desarrollando desde hace quince años en la Residencia San Prudencio, donde se lleva a cabo un campo de trabajo que reúne a voluntarios, personas privadas de libertad y personas mayores.
De ejemplos como éste, de gran valor dentro de los programas de envejecimiento activo, se han realizado evaluaciones que dan resultados muy esperanzadores. Una persona mayor que participa en un encuentro intergeneracional siente mayor curiosidad por descubrir nuevas realidades. Sube su motivación por el uso de herramientas como las nuevas tecnologías. Se siente más activa socialmente. Del mismo modo, una persona joven descubre que puede asumir el rol de enseñante, que no siempre debe resignarse a la etiqueta de aprendiz. Sube su autoestima. Demuestra actitudes de mayor tolerancia y respeto hacia la persona mayor.
Las experiencias que se están llevando a cabo y el análisis de sus resultados nos están demostrando que la solidaridad intergeneracional nos hace más productivos, aumenta nuestra cohesión como sociedad y logra que abordemos el envejecimiento desde una perspectiva más amplia y menos catastrofista. Por ello, hay que hacer más visibles las ventajas de este modo de recuperar el contacto entre edades. Desde EAJ-PNV hemos propuesto sacar directamente a la calle las experiencias intergeneracionales que promueve el Ayuntamiento mediante una jornada monográfica en la vía pública. Una jornada que incentive el voluntariado y que permita comprobar en mayor medida hasta qué punto todas y todos contamos en esta sociedad.
No hay edades peores ni mejores. Todas son necesarias y todas hacen de la vida un camino apasionante. Basta un mínimo acercamiento entre generaciones para comprobarlo y enterrar los estereotipos.
08/04/2015
10/02/2015
11/11/2014
23/06/2014
10/03/2014