EAJ-PNV Gasteiz - Nerea Melgosa Vega

28 | Febrero

Nerea Melgosa Vega

Podéis pensar que este post es demasiado personal, pero lo que quiero es hacer un homenaje a todas las amamas.

Mi amama cumple 89 años, con sus facultades mentales en perfecto estado y físicamente con sus achaques. No está para bailar rock and roll, pero sí un agarrado. He de reconocer que ella es el pilar y el centro de mi familia, nuestro motor. Siempre está en la retaguardia controlando la situación desde sus cuarteles de invierno.

Resulta increíble ver cómo valora el día a día y como relativiza los problemas. Con frecuencia recurre a un gran dicho: “Lo que se puede arreglar, nos sentamos y lo hablamos. Y lo que no se pueda arreglar… pues a otra cosa”.

Es una mujer, como otras muchas de la época, que vivió una guerra civil y que quedó marcada por ésta debido a la escasez de la época y las ausencias familiares. Al igual que a otras mujeres de entonces, también a ella le tocó manejar un hogar donde el pan duro era un regalo y la cocina doméstica el único foco de calor. No había tiempo de lamentaciones ya que lavar , cocinar, cuidar a tres hijas y un tío mayor soltero le dejaba exhausta. A pesar de ello, según dice la ama, el canturreo no dejaba nunca de sonar.

Además, por las noches bordaba para sacar unos ahorrillos para hacer frente a los descuadres de fin de mes o para tomarse un porrón en Judizmendi con el aitona y los vecinos.

Nunca le he oído quejarse por nada. Nunca le he visto una mala cara por nada ni a nadie. Las mujeres que vivieron una guerra, una posguerra y una época de dictadura son de otra pasta. No quiero decir que son unas sufridoras, sino que son unas mujeres que valoran el minuto como oro en paño.

La única vez que le he visto cerrar la puerta de su cuarto y no dejarnos entrar fue cuando se murió su hija pequeña. La mimó y cuidó hasta el final. Ese día sí se enfadó con el mundo. Para ella, lo más importante es la familia. La familia es el todo y la cocina el espacio donde se resuelven los problemas.

Estas navidades, comentábamos mis primos y yo que siempre que nos sucede algo, a la primera casa donde acudimos es a la de la amama. Nada más abrir la puerta, ya nos está ofreciendo una sopa (son mágicas las suyas) y en verano un café.

El humo se lleva las penas y mi amama aporta las alegrías… Cada nieto (con nuestras familias) vamos un día a la semana a comer a su casa. Según ella, es para que controlemos lo que come, pero en verdad es para que ella controle a sus polluelos.

Mila esker, amama! Sin ti, no seríamos hoy lo que somos. Zorionak!