Hace nueve años escribí un artículo titulado “Espíritu democrático” en el que opinaba sobre el auge de ideas totalitarias en Francia, que se aprovechaban de los disturbios en los suburbios de varias ciudades. Me refería también a las reflexiones del Lehendakari Agirre respecto a que las dictaduras triunfaron en Europa en la primera mitad del siglo XX, entre otras razones, por la debilidad del espíritu democrático, flaqueza que tuvo como aliadas a la propia debilidad e inseguridad de numerosos dirigentes políticos de aquellos tiempos.
Desgraciadamente aquel artículo vuelve a cobrar actualidad, no sólo por los resultados de las elecciones europeas en varios estados de la UE, sino también, a un nivel más local, por la cascada de declaraciones del sr. Maroto respecto a las ayudas sociales y la población inmigrante.
Ante situaciones de crisis, un dirigente político con convicciones democráticas férreas no puede caer en el populismo ni en mensajes que rayan el totalitarismo porque “es lo que la gente quiere”. Un dirigente político que se precie debe buscar soluciones y si existen situaciones de abuso del sistema, corregirlas y combatirlas sin necesidad de poner a comunidades enteras en el punto de mira de las iras y la búsqueda de culpables.
Cada vez encuentro mayor sentido a las reflexiones del Lehendakari Agirre. La debilidad de una democracia no se encuentra en los ataques que pueda sufrir de los que no creen en ella, sino en la debilidad de espíritu democrático que tengan las personas en general, y en especial con responsabilidades políticas, que dicen defenderla y que menoscaban con sus actos los valores de respeto, tolerancia y libertad que la sustentan.
Por desgracia, la terrible situación de ahogo económico que viven cada vez más personas de nuestra sociedad es aprovechada por políticos sin escrúpulos para intentar sacar rédito electoral en el ámbito de un clima preelectoral, buscando un culpable débil y de reducido nivel económico. Todo ello sin preocuparles qué sociedad les tocaría gobernar si ésta careciese de valores democráticos gracias a su inestimable ayuda. Esto no es nuevo en la historia reciente de Europa. Los planteamientos totalitarios han sido abonados por momentos de crisis económica, incluso de manera solapada por supuestos defensores de la democracia.
La lucha contra la corrupción y el fraude en el ámbito que sea debe ser efectiva y no mezclarse con mensajes populistas que menoscaban valores esenciales. Lograr la fortaleza de la democracia pasa por defender y creer firmemente en los valores democráticos como el respeto, la igualdad, la tolerancia y la libertad, aunque ello suponga perder unas elecciones. Valores por los que han luchado y han dejado su vida muchas personas. Ahora, en una situación de crisis, no podemos defraudarles.
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